INTRODUCCIÓN

A PESAR de las discusiones sobre el significado y el valor epistémico de las metáforas, éstas han sido –y son– asumidas sistemáticamente por muchos filósofos cuando han querido poner ante los ojos el sentido de las proposiciones que desean mostrar. Tal es la fuerza significativa que aporta este enigmático recurso al que Aristóteles denominó epiphorà, 2 que no cabe duda alguna de su relevancia e ilimitada consideración.

No obstante, siendo el tema tan extenso y dispar, he de aclarar que no es mi objetivo aquí abordar los diversos y complejos procedimientos metafóricos existentes en innumerables trabajos filosóficos; ni siquiera su posible y dificultosa selección, aunque queda pendiente, sino establecer un acercamiento a modo de esbozo sobre la potente visión estereoscópica3 que tiene la metáfora como recurso en la tradición filosófica occidental y, específicamente en la tradición epistémica. Clarificar también, que una elaboración exhaustiva de esta tarea tampoco es posible en este espacio del que dispongo, por lo que delimitaré este cometido a presentar mi posición, a saber: que las metáforas son epistémicamente valiosas, porque contribuyen a una comprensión determinada de la realidad, contrariamente a algunas afirmaciones de Donald Davidson, Paul Grice y John Searle.